En la primer semana de mayo, mientras desayunaba en el bar del hotel, leí La Gaceta y quedé sorprendido. Una noticia policial informaba sobre un hombre que había intentado, con un cable de teléfono, ahorcar a su hijo de cinco años. Fue reducido por la policía y detenido. Dos días después, en la seccional, se había ahorcado con una sábana y como siempre se ahorcan los presos en las seccionales y comisarías argentinas. El nombre del suicida me golpeó el cerebro. El diario decía Luis V, de 52 años. Releí la noticia varias veces para ver si encontraba algo más, pero la información era clara y precisa, no había lugar a la duda. Terminé de desayunar y caminé rápido hacia la oficina. Quería corroborar el nombre. Busqué afanoso en las carpetas de curriculums y allí estaba. Luis V., de 52 años, casado y con dos hijos varones, de cinco y ocho años. Busqué en mi agenda el número de la consultora y llamé. Me atendió, como siempre muy amable, y hasta pesado, su dueño. Le comenté lo que había leído, todavía incrédulo. Él no tenía noticias, a esa hora no había abierto el diario. Eran las nueve de la mañana. Me dijo que buscaría la noticia y que trataría de averiguar por sus medios aunque le parecía imposible ya que tenía, de Luis V. , el mejor de los conceptos. Cerca del mediodía me llamó para confirmar el hecho. Los dos quedamos desorientados. Treinta días antes, la consultora me había enviado a Luis V. para una preselección de personal. Luis me cayó bien. Se presentó pulcramente vestido de saco y corbata. Era un hombre educado y se expresaba muy bien. Charlamos un largo rato mientras me contaba sobre su vida laboral. Había quedado sin trabajo hacia cuatro meses. Cobró una buena indemnización de la que estaba viviendo, y confiaba, con sus relaciones y contactos, conseguir un buen trabajo, bien pago, como el que había tenido por más de diez años. Su mujer era veinte años más joven y tenía un buen matrimonio. Me mostró, orgulloso, la foto de la mujer y sus dos hijos. Entrevisté siete postulantes y Luis había quedado segundo en mi ranking. No lo puse primero porque algo de su personalidad no me cerraba. Un detalle, alguna palabra, alguna opinión, algún gesto. Seleccionar gente no es tarea fácil y a pesar de que entrevisté a varias candidatas y candidatos en mi vida. De todas maneras, soy adicto a las primeras impresiones y hasta ahora ese método me ha dado resultados. Más allá de los títulos, antecedentes o presencia, observo y evalúo intensamente a la gente en los primeros veinte minutos y me decido por intuición, por corazonada. Como Luis había quedado segundo, incorporé a otra persona que me convenció mejor. Un par de días después informé a la consultora por quien me había decidido y pedí que agradeciera a los demás su presentación. Siempre hago esto porque sé de la angustia de esperar repuestas que nunca llegan. Esa mañana de mayo, ante la noticia del drama de Luis, sentí pena. Había hablado con él y no parecía un hombre deprimido o desesperado. Su desesperación se habrá transformado en descontrol absoluto e intentó matar a uno de sus hijos. Lo primero que pensé, es que podría haber sido un problema con su esposa más joven, algún tercero en discordia. Pensando también, llegué a la idea de que ante su desocupación, y al encontrarse con 52 años y sin salida, había optado por el camino más drástico. Yo he pasado por ese infierno y conozco de las ideas que se adueñan de la mente. Un tipo gana cien pesos por mes. Tiene su vida acomodada a esos cien y de pronto un día, los cien no llegan más y las obligaciones cotidianas de la comida y el techo siguen allí, inexorables. Un hombre de más de cuarenta, en esta sociedad caníbal, es un despojo laboral. Las puertas se cierran una a una. Las promesas se suceden pero los días y semanas transcurren sin buenas noticias. Un despojo laboral se mira al espejo y se dice que no sirve para nada. Es una pesadilla cruel. La sensación de inutilidad es macabra. Cuando viví como desocupado, adopté el método de levantarme cada mañana a las seis, bañarme, afeitarme, desayunar y salir a la calle, aunque fuese a caminar, a leer un diario o meterme en un ciber. Mi mujer me preguntó un día porque lo hacía si todos los días no tenía entrevistas laborales. Le dije que una vez leí que los ingleses, en África, mientras llevaban a cabo sus sangrientas conquistas y explotaciones, se bañaban y afeitaban cada día, y cada día tomaban el té a las cinco para no olvidarse de sus costumbres y no dejarse atrapar por el espíritu africano. Hay que aprender de los piratas, le decía a mi paciente esposa. En el capitalismo, son los ganadores. Luis V. debió ser un tipo sensible. Lo conocí apenas media hora pero creo que era buena persona. La vida lo colocó ante una disyuntiva fatal y creyó que esa era la salida, tomó su decisión sin retorno, la última decisión de su vida.
|