Te llamé porque sentí hacerlo. Tú ayer habías hecho el sacrificio de llamarme sin tener dinero y hoy me tocaba a mí. Me respondiste el teléfono pero no tenías ese brillo característico en tu voz cuando hablas conmigo que me indica cuanto me amas sin necesidad de que lo digas. Estaba distante. Te pregunte si pasaba algo y me dijiste que te sentías muy mal, como vacío.

-Me siento hueco. Todos me dicen que soy sólo un empaque bonito y no más y creo que es cierto. A todos los que están cerca de mí les hago daño. Mi mamá sufre por mí y en algún momento también te haré sufrir. Por eso quiero desaparecer. Te pregunté por qué estabas hablando así si tú me habías hecho tan feliz y habías tenido detalles únicos conmigo. Fuiste el primero en dedicarme una canción, en darme una serenata (así hubiera sido por celular), en escribirme una carta de amor y haberse esforzado tanto en mandarme algo bonito, el primero en regalarme un libro, en llenarme una hoja a punta de besos con colorete (que locura), en regalarme una fotografía con perfume y firmada, en escribirme un poema, en decirme un “te amo” y que no te sonará a una mentira. El primero en quererme sin haber tocado antes mi cuerpo, el primero en amarme cada día más y no menos como los que te precedieron, el primero en pedirme una foto y aferrarse a las dos que te había enviado, el primero en haberme mandado más de siete mensajes diarios, el primero en decirme que me mataría si yo te dejo, el primero que me inspira un amor tan puro y no sexual como el que te tengo.